Lo que veo a veces no es lo que es
“Si nosotros somos tan dados a juzgar a los demás, es debido a que
temblamos por nosotros mismos”
Oscar Wilde
Durante
esos días de descanso he visto una película que me ha hecho recordar cómo
actuamos enjuiciando situaciones y personas sin más. ¡Yo también!
La
verdad que desde jovencita he pretendido no ser juez de nada ni nadie (esta era la idea), pero evidentemente he caído en esa trampa en
alguna ocasión hasta que llegó un día. Una
situación irreversible hizo desde ese instante que “desperté”, que nunca más me
adelantara en mis juicios.
Yo era
joven (no es excusa), con treinta y pocos años, mamá de niños pequeños,
trabajadora y con mucha, mucha vitalidad y pretendía que todo fuera como yo lo
hacía. Mi pensamiento era….
¡Si yo
puedo, el otro, los demás, también!
¡Qué
equivocación!
¡Ah, ah,
Señor, ¡que mal me sentí! Qué vergüenza,
aunque nadie, nadie, cayese en la cuenta, solamente yo. Desde ese momento,
aunque sólo fuera por propio egoísmo de no sentirme así, como dice el Dalai
Lama, he pretendido no caer de nuevo en esa trampa y creo que lo he conseguido,
porque cuando aún, a estas alturas de "la película" voy a adelantarme
a la respuesta, un resorte salta en mi interior que inmediatamente me frena y
me dice….
¡Para,
ya sabes que lo que ves, a veces, no es lo que es!
Enjuiciar
es un hábito bastante común en el ser humano.
Con ello pasamos por “nuestros filtros” todo aquello que percibimos y
como es lógico a las personas que nos rodean también.
Es por
esto, por ese “colador” que tenemos que nos equivocamos, porque este
instrumento mental es propio de cada uno.
Está hecho con una red de pensamientos, modos y maneras que hemos
aprendido y si alguien o algo no pasa por ahí, por esa red, a veces muy tupida,
no es válido, está equivocado o sencillamente no nos gusta, sin más.
No damos
oportunidad ni tiempo ni opción a pensar ni a recibir alguna información más
que pudiera abrir esa tupida malla que hemos generado en nuestra mente.
Detrás
de cada juicio no hay más que una gran vulnerabilidad por parte de quien lo
emite. No hay nadie igual a nadie y por
tanto los comportamientos tampoco han de ser iguales y las respuestas vitales
tampoco.
Enjuiciar
dice de la persona que es exigente y perfeccionista, lo que se traduce en falta
de algo… seguridad, confianza en sí misma, o lo que es lo mismo una autoestima
a la baja o cuanto menos en desequilibrio.
La
persona está sometida a “debería” y esto es una carga pesada que se traduce en
envaramiento, inflexibilidad y finalmente dolor porque, por lo general, nada ni
nadie somos perfectos. El miedo a
cometer errores, a salirse de lo establecido está en la persona cuando emite su
sentencia contra otro y de este modo muestra a un sujeto incapaz de relajar las
tensiones que la vida cotidiana nos plantea cada día. Todo esto se proyecta en cada enjuiciamiento.
La
crítica del otro se ejerce muchas veces con la intención de hacer bien a ese
otro, pero ni en este caso es bueno para la persona que la recibe o no, ni para
el que la emite.
Todo
ello no muestra más que a una persona que se juzga cada día, cada minuto para….
hay muchas respuestas, pero todas convergen en una: no salirse de lo establecido como bueno, al
menos en lo que la persona entiende como tal y volvemos otra vez a la
subjetividad y relatividad de todo.
Entonces….
Cuando
uno logra aceptarse a sí mismo se caen muchas presiones y en ese momento es
cuando también somos capaces de aceptar a los demás.
¡Quiérete
mucho, pero hazlo bien!
Es el
único modo de amar a los que te rodean.
Almudena Alcaide Martín
Salud Emocional
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