La Adversidad
“Fatigas, pero no tantas,
que a fuerza de muchos golpes hasta el hierro se quebranta”
Manuel Machado
Todos
nos hemos enfrentado en algún momento, o en muchos, ¡quién sabe!, a situaciones
que no han resultado como esperábamos.
La
adversidad se pone en frente de nosotros y nos aturde con su altivez. Se muestra como una gran torre, oscura, a la
que es imposible acceder. Entonces la
rabia, la confusión, el enfado con nosotros mismos y con todo lo que nos rodea,
nos abraza enteros, de pies a cabeza y se adueña de nuestra capacidad de razón.
¡No es
el momento de tomar decisiones!
No. Hay que dejar que nuestras emociones bajen su
nivel de intensidad. Hay que dejar que nuestro enfado se borre de nuestra
mirada; que nuestra ira deje de apretar las mandíbulas; que nuestras manos se
abran y entonces, sólo entonces, podremos empezar a situarnos en las
posibilidades de acción.
Hoy
estoy triste porque alguien muy cercano se enfrenta a una situación así. Ha llegado el fin de curso y los resultados
no son los deseados. Ante esta tesitura
la decisión inmediata es….
¡Lo dejo
todo; seguir no vale la pena!
En este
momento no hay razones. Nada calma esa
frustración tan grande sobrevenida sin esperarla y que hace que se den la
vuelta todos los proyectos y planes inmediatos.
¡Lo dejo
todo!
No hay
manera de llegar a Ella y calmar su ira contenida porque el esfuerzo ha sido
grande, las renuncias a cosas alegres continuas y….
¿Para
qué?
Como me
toca de cerca no encuentro palabras ni el medio de consolar el dolor que le
cubre.
¡Estoy
triste por este ser que tanto quiero!
Estoy
triste porque sé que no es el momento de decidir y lo ha hecho.
Sólo espero que el tiempo amaine este viento de rabia y la brisa suave vuelva a su vida y así, de este modo, con tranquilidad deje entrar en esa prodigiosa y voluntariosa mente caminos de resolución favorecedores.
Quizás
la decisión tomada es la correcta.
¡Quizás!
¡Yo me
daría otra oportunidad!
Te
quiero, corazón.
Almudena Alcaide Martín
Salud Emocional
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